Aquella Noche
Aquella noche no fue una noche cualquiera,
bebimos más de lo permitido, brindamos a la luz de la luna entre miradas
atónitas ante lo que sucedía.
Ella decidió arrestarme en su cama, dibujó el
camino rectilíneo que me llevaba a la habitación del pánico. No importaba, solo
éramos dos personas buscando calor entre sábanas en una noche de verano.
Tampoco me importó que me mirase profundamente
a los ojos, solo es una forma de llamar mi atención, pensé.
La cosa cambió cuando sus labios fueron a
buscar contacto con los míos, aún a sabiendas que ese beso podría gustarme,
decidí mantenerme al margen de sus encantos.
Quién me iba a decir a mí que esa belleza iba
a volver a intentarlo, cómo podía resistirme a la tentación de la línea curva
de su sonrisa, más aún cuando mi mirada le decía sutilmente que la deseaba.
Volvió a intentarlo una tercera vez, y claro,
el genio de la lámpara sólo concede tres deseos y yo ya había desperdiciado dos
de ellos. Así qué le mordí el labio y rocé su lengua con la mía, que bonita era
la vida en ese fugaz instante. Ya no había marcha atrás, había pecado, había
mordido la manzana prohibida, pero fue entonces cuando encontré el paraíso.
Ahora ya creo saber pronunciar su nombre, creo
entender lo que somos.
Somos cada uno de los sitios en los que hemos
estado.
Somos los caminos que nos quedan por recorrer.
Somos los puentes que dinamitamos cuando
contamos nuestras prohibidas aventuras.
Aunque sinceramente, cuánto sabré yo de amor o
poesía, si solo soy un mego fingido.
Comentarios
Publicar un comentario